domingo, noviembre 25, 2007

Érase una vez...

Un príncipe y una princesa empezaron sus vidas, al conocerse. Caricias, miradas, palabras, besos con risas.
Poco a poco, el tiempo, que escapaba de sus manos, se transformó en un constante ritmo que perforaba, marcaba sus pasos y los ataba a una eternidad compartida.
Las palabras se empezaron a tragar, las miradas a evitar, el silencio era algo denso que oprimía sus pulmones.
Asesinaron todas las primeras veces, que yacían cubiertas por un gris manto de viejos recuerdos remendados por el olvido y sus fantasías.
Un día, decidieron acabar con el engaño. Se miraron.
El príncipe la abrazó, presa de la sombra del miedo que empezaba a envolverlo. Vomitó mentiras, sentimientos muertos... Ella lo siguió meciendo lentamente, pronunciando palabras de un amor que había sido asesinado por la rutina.
La soledad se acercó a ellos, en silencio, y los observó, abrazados. Sonrió con la mirada perdida. Pensó que no había lugar más frío que aquel, donde el miedo y la monotonía habían escrito el final de este cuento de hadas.

El otro día pensé que faltan historias de príncipes y princesas en las que la monotonía se haya apoderado de todo, metiéndolos en algo estancado, que ni avanza ni retrocede. Simplemente queda igual, y esa falta de cambio, es lo que les hace estar tan solos, teniéndose el uno al otro.

Me asusta que haya personas que se acomoden a la rutina...que yo pueda llegar a hacerlo.

a dreamer.

PD: Siento el retraso.